CRISTO SUFRIÓ MURIÓ.... PARA COMPLACER A SU PADRE CELESTIAL

CRISTO SUFRIÓ Y MURIÓ….
PARA COMPLACER A SU PADRE CELESTIAL

Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Isaías 53:10

Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Efesios 5:2

Jesús no forcejeó con su airado Padre y lo echó al suelo del cielo para sacarle la fusta de su mano. No lo forzó a ser misericordioso con la humanidad. Su muerte no fue el consentimiento de mala gana de Dios de ser indulgente con los pecadores. No, lo que Jesús hizo cuando sufrió y murió fue idea del Padre. Fue una estrategia asombrosa, concebida aun antes de la creación, a la vez que Dios concebía y planeaba la historia del mundo. Por esto es que la Biblia habla del «propósito... y la gracia [de Dios] que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Timoreo 1:9).

Ya en las Escrituras judías el plan se desarrollaba. El profeta Isaías predijo los sufrimientos del Mesías, quien iba a tomar el lugar de los pecadores. Dijo que el Cristo sería «herido de Dios» en nuestro lugar.

Ciertamente llevó EI nuestras enfermedades, y sufrió nuestros
dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios  y
abatido. Mas ÉI herido fue por nuestras "rebeliones, molido por
nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre El. Y por su
llaga fuimos nosotros curados... Todos nosotros nos descarriamos
como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová
cargó en él el pecado de todos nosotros (Isaías 53:4-6).

Pero lo que es más asombroso acerca de esta sustitución de Cristo por los pecadores es que ésta fue idea de Dios. Cristo no interfirió en el plan de Dios de castigar a los pecadores. Dios planeó que Él estuviera allí. Un profeta del Antiguo Testamento dice: «Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento» (Isaías 53:10).

Esto explica la paradoja del Nuevo Testamento. Por una parte, el sufrimiento de Cristo fue la única vía de escape de la ira de Dios a causa del pecado. Pero por otro lado, el sufrimiento de Cristo es un acto hermoso de sumisión y obediencia a la voluntad del Padre. Por eso Cristo gritó desde la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46). Y sin embargo la Biblia dice que el sufrimiento de Cristo fue una fragancia para Dios: «Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante» (Efesios 5:2).


¡Oh, que podamos adorar la terrible maravilla del amor de Dios! Esto no es sentimental. Esto no es sencillo. Por nosotros Dios hizo lo imposible: vertió su ira sobre su propio Hijo, cuya sumisión lo hizo infinitamente desmerecedor de recibirlo. Sin embargo, la misma disposición del Hijo por recibirla fue preciosa a los ojos de Dios. El portador de la ira era amado infinitamente.


CRISTO SUFRIÓ Y MURIÓ... PARA SATISFACER LA IRA DE DIOS

CRISTO SUFRIÓ Y MURIO…

PARA SATISFACER LA IRA DE DIOS.

Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero) Gálatas 3:13

A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados. Romanos 3:25

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10



Si Dios no fuera justo, no hubiera habido demanda que su Hijo sufriera y muriera. Y si Dios no fuera amoroso, no hubiera habido disposición para que su Hijo sufriera y muriera. Pero Dios es tanto justo como amoroso. Por consiguiente su amor está dispuesto a satisfacer las demandas de la justicia.

La ley de Dios demandaba: «y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6:5). Pero todos hemos amado otras cosas más. Esto es lo que es el pecado: deshonrar a Dios prefiriendo otras cosas antes que a Él, y actuar conforme a esas preferencias. Por consiguiente, la Biblia dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). Glorificamos lo que más disfrutamos. Y eso no es Dios.

Por lo tanto, el pecado no es algo pequeño, porque no es contra un Soberano pequeño. La seriedad de un insulto aumenta según la dignidad del insultado. El Creador del universo es infinitamente digno de respeto y admiración y lealtad. Por consiguiente, dejar de amarlo no es cosa trivial: es traición. Esto difama a Dios y destruye la felicidad humana.

Puesto que Dios es justo, no esconde estos crímenes bajo la alfombra del universo. Siente una ira santa contra ellos. Merecen ser castigados, y Él ha dejado esto bien claro: «Porque la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). «El alma que pecare, esa morirá» (Ezequiel 18:4).

Hay una maldición santa que pende sobre todo pecado. No castigar sería injusto. Sería aceptar la degradación de Dios. Una mentira reinaría en el corazón de la realidad. Por tanto, Dios dice: «Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas» (Gálatas 3:10; Deuteronomio 27:26).

Pero el amor de Dios no descansa con la maldición que pende sobre toda la humanidad pecadora. No está contento en mostrar la ira, no obstante cuán santa sea ésta. Por lo tanto Dios envía a su propio Hijo para absorber su ira y llevar sobre sí la maldición por todos los que confían en Él. «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición» (Gálatas 3: 13).

Este es el significado de la palabra «propiciación» en el texto citado arriba (Romanos 3:25). Se refiere a la eliminación de la ira de Dios mediante el suministro de un sustituto. El sustituto es proporcionado por Dios mismo. El sustituto, Jesucristo, no solo cancela la ira; la absorbe y la traslada de nosotros a sí mismo. La ira de Dios es justa, y fue aplicada, no suspendida.

No tratemos con ligereza a Dios ni trivialicemos su amor. Nunca nos asombraremos de que Dios nos ama hasta que nos demos cuenta de la seriedad de nuestro pecado y la justicia de su ira contra nosotros.

Pero cuando, por gracia, despertamos a nuestra indignidad, entonces podemos mirar al sufrimiento y la muerte de Cristo y decir, «En esto consiste el amor de Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en  [absorbente de ira] propiciación por nuestros pecados» (1 Juan 4:10).

Tomado de la Pasión de Jesucristo, por John Piper.