CRISTO
SUFRIÓ Y MURIO…
PARA SATISFACER LA
IRA DE DIOS.
Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito
todo el que es colgado en un madero) Gálatas 3:13
A quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a
causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados. Romanos
3:25
En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10
Si Dios no fuera justo, no hubiera habido demanda que su Hijo sufriera
y muriera. Y si Dios no fuera amoroso,
no
hubiera habido disposición para que su Hijo
sufriera y muriera. Pero Dios es tanto justo como amoroso. Por consiguiente su
amor está dispuesto
a
satisfacer las demandas de la justicia.
La ley de Dios
demandaba: «y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y
con todas tus fuerzas» (Deuteronomio 6:5). Pero todos hemos amado otras cosas
más. Esto es lo que es el pecado: deshonrar a Dios prefiriendo otras cosas
antes que a Él, y actuar conforme a esas preferencias. Por consiguiente, la
Biblia dice: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios» (Romanos 3:23). Glorificamos lo que más disfrutamos. Y eso no es Dios.
Por lo tanto, el
pecado no es algo pequeño, porque no es contra un Soberano pequeño. La seriedad de un
insulto aumenta según la dignidad del insultado. El Creador del universo es
infinitamente digno de respeto y admiración y lealtad. Por consiguiente, dejar
de amarlo no es cosa trivial: es traición. Esto difama a Dios y destruye la felicidad
humana.
Puesto que Dios es
justo, no esconde estos crímenes bajo la alfombra del universo. Siente una ira santa
contra ellos. Merecen ser castigados, y Él ha dejado esto bien claro: «Porque
la paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). «El alma que pecare, esa morirá» (Ezequiel
18:4).
Hay una maldición
santa que pende sobre todo pecado. No castigar sería injusto. Sería aceptar la
degradación de Dios. Una mentira reinaría en el corazón de la realidad. Por
tanto, Dios dice: «Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas
escritas en el libro de la ley, para hacerlas» (Gálatas 3:10; Deuteronomio
27:26).
Pero el amor de Dios no descansa con la maldición que
pende sobre toda la humanidad pecadora. No está contento en mostrar la ira, no
obstante cuán santa sea ésta. Por lo tanto Dios envía a su propio Hijo para
absorber su ira y llevar sobre sí la maldición por todos los que confían en Él.
«Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición»
(Gálatas 3: 13).
Este es el significado de la palabra «propiciación» en
el texto citado arriba (Romanos 3:25). Se refiere a la eliminación de la ira de
Dios mediante el suministro de un sustituto. El sustituto es proporcionado por
Dios mismo. El sustituto, Jesucristo, no solo cancela la ira; la absorbe y la
traslada de nosotros a sí mismo. La ira de Dios es justa, y fue aplicada, no
suspendida.
No tratemos con
ligereza a Dios ni trivialicemos su amor. Nunca nos asombraremos de que Dios
nos ama hasta que nos demos cuenta de la seriedad de nuestro
pecado y la justicia de su ira contra nosotros.
Pero cuando, por
gracia, despertamos a nuestra indignidad, entonces podemos mirar al sufrimiento
y la muerte de Cristo y
decir, «En esto consiste el amor
de Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y
envió a su Hijo en [absorbente de ira] propiciación por nuestros pecados» (1 Juan
4:10).
Tomado de la Pasión
de Jesucristo, por John Piper.