EL CIELO

El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor. Hechos 7:49

… Así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente. Lucas 15:7

El cielo
Empleamos esta palabra en diferentes sentidos. El cielo evoca, en las declaraciones del meteorólogo, los fenómenos atmosféricos que componen el tiempo de cada día.
El cielo también es el campo de las aeronaves dirigidas por «controladores aéreos». El cielo es igualmente el lugar en donde gravitan el sol, la luna, los planetas y las estrellas. Su grandeza sobrepasa toda imaginación; ésa es la marca del Creador.
Si bien percibimos lo que es visible, también hay otro cielo invisible. Sólo Dios puede hablarnos de él, pues “nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Juan 3:13). Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, después de su muerte y su resurrección, “fue llevado arriba al cielo” (Lucas 24:51). Jesús lo llamó “la casa de mi padre”, y dijo a sus discípulos: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros… vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). No nos describe la belleza y la gloria de ese lugar, pues no podríamos imaginárnoslas. Pero lo que sí nos revela es su amor y la seguridad de que los suyos estarán para siempre con él. La presencia de Jesús, visto como el Cordero de Dios inmolado, ahora en el cielo, coronado de gloria y de honor, llenará nuestros corazones de agradecimiento, felicidad y adoración (Apocalipsis 5:1-10).
Para ir a morar a ese cielo invisible Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:6)
Lectura: Ezequiel 20:23-49 – Hechos 26:19-32 – Salmos 37:1-7 – Proverbios12:9-10

LA GRACIA DE DIOS

Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. 2 Corintios 8:9

Misericordioso y clemente es el Señor; lento para la ira, y grande en misericordia. Salmo 103:8

La gracia de Dios
“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad”.
Efectivamente, de su plenitud todos nosotros recibimos “gracia sobre gracia”.
“La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:1,14, 16-17).
“La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:11-13).
“Ésta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (1 Pedro 5:12).
“Por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Corintios 15:10).
“Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2 Pedro 3:18).
Lectura: Ezequiel 20:1-22 – Hechos 26:1-18 – Salmos 36:7-12-Proverbios 12:7-8


ACERCARSE A DIOS


(Dios dijo): Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Jeremías 31:3

Vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Efesios 2:13

Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Santiago 4:8

Acercarse a Dios
Al ver la belleza de la naturaleza, una persona pensará automáticamente en un Ser que está detrás del origen de todas las cosas, en cambio otra pensará que se trata simplemente de sorprendentes coincidencias.

La Biblia declara: “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Es como un examen de sinceridad. El que se acerca a Dios debe manifestar confianza, no solamente para aceptar la existencia de Dios, tan evidente, sino también para reconocer su bondad y creer que será aceptado. “Cercano está el Señor a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras” (Salmo 145:18). Acercarse a Dios, invocarlo “de veras”, es admitir que él es nuestro Creador y que nosotros somos sus criaturas. Significa que tiene derechos sobre nuestra vida, que tiene una voluntad determinada para nosotros. Dios nos capacita para buscar su voluntad, pues Dios desea darse a conocer a todos por medio de Jesucristo.

Todos hemos aprendido algo de la vida de Jesús, pero para llegar a aceptarlo como Salvador es necesario ir más allá de ese simple conocimiento: hay que aceptar, por la fe, su muerte para borrar nuestras faltas.

Lectura: Ezequiel 19 – Hechos 25 – Salmos 36:1-6 – Proverbios 12:5-6

STOP

Al que aportillare vallado, le morderá la serpiente. Eclesiastés 10:8

Espera tú un poco para que te declare la palabra de Dios. 1 Samuel 9:27

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.  Gálatas 6:7

Stop
El código de circulación obliga a los conductores a detenerse cuando se encuentran ante la señal «stop». Además de infringir la ley, saltarse un stop puede ocasionar trágicas consecuencias. Las prohibiciones que hay en la Biblia tienen el mismo valor que esas señales de stop. Sin embargo, hoy en día mucha gente considera que las órdenes terminantes de la Biblia son medidas inútiles, prohibiciones pasadas de moda u obligaciones insoportables.
Imaginemos una gran ciudad en la que se quitasen los semáforos. Apelando a la libertad, todo el mundo pasaría por los cruces como quisiese. ¡Es fácil representarse el enorme caos!
Pero abandonar las buenas costumbres, el asentamiento de la unión libre, la trivialización de lazos contra naturaleza, etc. son stops que se han suprimido paulatinamente. Eso trae tristes consecuencias y acelera la decadencia de nuestra sociedad. Dios establece prohibiciones para el bien de sus criaturas, y si las ignoramos sufriremos las consecuencias. Él actúa como a menudo lo hacen los padres con sus hijos, por su seguridad, por amor. Dios nos ama mucho más y nos lo demuestra de diversas formas. Su Palabra contiene algunas prohibiciones, pero también contiene inmensas riquezas reveladas en Jesús: la gracia que salva al pecador, que le da la vida y luego le enseña cómo vivir.
Lectura: Ezequiel 18 – Hechos 24 – Salmos 35:22-28 – Proverbios 12.3-4

¡ES INJUSTO!


No me des pobreza ni riquezas… No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte y blasfeme el nombre de mi Dios.
«¡Es injusto!»
Podríamos indignarnos, al igual que a menudo hacen los niños, ante la injusticia que devasta a la humanidad y que nos hace sufrir a todos. A veces algunos se atreven a hacer la insolente pregunta: ¿Es culpa del hombre o culpa de Dios? Al decir que la culpa es de Dios, queremos deshacernos de toda responsabilidad, pero si respondemos que el hombre es el culpable, aceptamos que somos nosotros los injustos.

La Biblia nos dice de forma tajante: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Dios creó al hombre libre, y no como un robot, pero el hombre ha utilizado esta libertad para hacer lo que le place y rechazar la autoridad de Dios. Por lo tanto ahora se halla separado de su Creador; está bajo la esclavitud del padre de mentira, es decir, de Satanás, en oposición total a toda aspiración al bien y a la justicia. De ahí se desprende nuestra incapacidad para administrar nuestra vida en el buen sentido. Esto genera la injusticia, de la que nos hemos vuelto a la vez actores y testigos horrorizados. Pero la Biblia no se mantiene en esa trágica constatación, sino que nos presenta en la persona de Jesucristo el único medio para ser liberado. Él es Dios hecho hombre, que vivió de forma totalmente justa y murió en nuestro lugar. Como nos amaba, aceptó sufrir el juicio que nosotros merecíamos. ¡Ahora nos ofrece su propia justicia y una vida nueva!

¿Ven a Cristo Jesús?
Lectura: Ezequiel 17 – Hechos 23: 12-35 – Salmos 35:15-21 – Proverbios 12:1-2

LA ENTRADA GRATUITA

Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.  Hechos 8:20

Así dice el Señor:… sin dinero seréis rescatados.  Isaías 52:3


Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Efesios 2:8

La entrada gratuita
Nuestra sociedad parece estar gobernada por el dinero, lo cual contribuye a aumentar las desigualdades de forma cruel. Pero, en un mundo donde todo se compra, Dios ofrece gratuitamente el agua de la vida (Apocalipsis 22:17). Junto a él, en ese país a donde quiere llevarnos, no hay circulación monetaria. Es un lugar donde disfrutaremos de una felicidad perfecta y eterna. La entrada es gratuita, pues Dios no es un comerciante: él da, pero no vende. “¿Hará él estima de tus riquezas, del oro, o de todas las fuerzas del poder?” (Job 36:19).

Pero Dios tiene sus exigencias: él da libre entrada en el cielo a los que son salvos por la obra de Cristo. Mas nosotros, pecadores como somos, ¿Podremos entrar en el cielo? ¿No debemos temer ser rechazados? ¡No! Si hemos reconocido nuestra culpabilidad y creído en el sacrificio de Cristo, sabemos que alguien pagó en nuestro lugar. Jesús expió nuestros pecados mediante su sacrificio. Fuimos “rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18-19). “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…
Lectura: Ezequiel 16:35-63 – Hechos 22:22-23:11 – Salmos 35:9-14 – Proverbios11:31

DIOS AMA LA VERDAD EN LO INTIMO

He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo.
Salmo 51:6

Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Ezequiel 36:26

Dios ama la verdad en lo íntimo
El ser interior, que corresponde al “corazón” del ser humano, creado por Dios para estar en relación con él, se corrompió por el pecado. “De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios” (Marcos 7:21). ¿Acaso los hechos no lo demuestran? Cada día los medios de comunicación nos muestran, como si fuese necesario, la maldad innata al ser humano.
Dios ama la verdad en lo íntimo y quiere que estemos de acuerdo con él cuando dice: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).
Entonces, si aceptamos lo que Dios declara en la Biblia (la cual está a nuestra disposición para que comprendamos más exactamente su pensamiento), la luz divina nos ilumina y la Palabra de verdad cumple en nosotros una obra de gracia: el nuevo nacimiento (Juan 3:1-21; 1 Pedro 1:3). Se forma un nuevo ser interior. “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18). Entonces el creyente no debe “vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pedro 4:2), el Espíritu Santo, viene al corazón del creyente a mantener con vida esta nueva naturaleza.
Lectura: Ezequiel 16: 1-34 – Hechos 21: 37-22:21 – Salmos 35:1-8 – Proverbios 11:29-30

UNA PAZ POSIBLE

Cristo Jesús... es nuestra paz. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz.
Efesios 2:13-14, 17

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Romanos 5:1


Una paz posible

Los políticos y dirigentes que aspiran a una pacificación mundial hablan mucho de paz y trabajan activamente para conseguirla. Sin embargo, los conflictos se duplican en muchas regiones del mundo. De forma global, la situación del mundo se deteriora. El mundo es el conjunto de hombres, mujeres y niños que viven en él. La verdadera causa de esta situación alarmante se halla en el corazón incurable del ser humano.
Sin embargo, en medio de este contexto sombrío y triste subsiste un rayo de luz y de real alegría. Cada uno puede sentir en su interior esta paz, ausente hoy en el mundo. Jesús nos la ofrece: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). La paz que Jesús da es primeramente la paz con Dios. Nuestras iniquidades y pecados habían hecho una separación entre Dios y nosotros (Isaías 59:2); y por nosotros mismos no podíamos hacer nada. Pero Jesús hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20), de modo que sólo nos queda aceptarla con fe, a fin de beneficiarnos de ella. De esta paz también se desprende la seguridad, para el creyente, de que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
La paz que Dios ofrece no descansa en la capacidad del hombre, sino en el amor invariable de Jesús.
Lectura: Ezequiel 13 – Hechos 21 – Salmos 34:7-14 –Proverbios 11:25-26