Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo… Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
2 Corintios 12:9-10
El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Gálatas 6:3
¿Fuerte o débil?
La vida humana es un camino desde la debilidad hasta la debilidad. El recién nacido depende de su madre para alimentarse, para desplazarse… Por su parte el anciano también depende de los cuidados de los demás. A cualquier edad, ¿Estamos acaso al abrigo del cansancio, de las enfermedades o de un accidente? Creernos fuertes y poderosos es despreciar una parte de nuestra vida. Ser humano es aceptar la fuerza y la fragilidad. También es aceptar y amar a los demás tal como son, débiles o fuertes.
Los creyentes no estamos librados del cansancio, los fracasos, el sufrimiento… ¿Parece una constatación pesimista? No, pues aquel que es consciente de ello y confía en Dios descubre que su debilidad no es un obstáculo para servir a Dios, sino todo lo contrario. El apóstol Pablo escribió: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”. El sentimiento de que no tengo ningún recurso en mí mismo ofrece a Dios la posibilidad de desplegar los suyos por su Espíritu. Muchos creyentes han experimentado que Dios los empleó cuando estaban sin nada, enfermos, incapacitados, ancianos… En estas situaciones difíciles esperaron verdaderamente en Dios. Oraron y él los escuchó. El sentimiento de su impotencia fue como una llave para abrir los corazones al amor de Dios.
Lectura: 2 Samuel 17 – Hechos 7:30-60 – Salmos 26:1-7 – Proverbios 10:15-16