¡ES INJUSTO!


No me des pobreza ni riquezas… No sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte y blasfeme el nombre de mi Dios.
«¡Es injusto!»
Podríamos indignarnos, al igual que a menudo hacen los niños, ante la injusticia que devasta a la humanidad y que nos hace sufrir a todos. A veces algunos se atreven a hacer la insolente pregunta: ¿Es culpa del hombre o culpa de Dios? Al decir que la culpa es de Dios, queremos deshacernos de toda responsabilidad, pero si respondemos que el hombre es el culpable, aceptamos que somos nosotros los injustos.

La Biblia nos dice de forma tajante: “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Dios creó al hombre libre, y no como un robot, pero el hombre ha utilizado esta libertad para hacer lo que le place y rechazar la autoridad de Dios. Por lo tanto ahora se halla separado de su Creador; está bajo la esclavitud del padre de mentira, es decir, de Satanás, en oposición total a toda aspiración al bien y a la justicia. De ahí se desprende nuestra incapacidad para administrar nuestra vida en el buen sentido. Esto genera la injusticia, de la que nos hemos vuelto a la vez actores y testigos horrorizados. Pero la Biblia no se mantiene en esa trágica constatación, sino que nos presenta en la persona de Jesucristo el único medio para ser liberado. Él es Dios hecho hombre, que vivió de forma totalmente justa y murió en nuestro lugar. Como nos amaba, aceptó sufrir el juicio que nosotros merecíamos. ¡Ahora nos ofrece su propia justicia y una vida nueva!

¿Ven a Cristo Jesús?
Lectura: Ezequiel 17 – Hechos 23: 12-35 – Salmos 35:15-21 – Proverbios 12:1-2